28 de mayo de 2011

Pequeño teatro

Las ideas que voy a escribir hoy llevan mucho tiempo apareciendo por mi cabeza, como si tuvieran vida propia y llegaran sin que yo las llamara. O quizá sea mi cabeza la que aparece en medio de estas ideas, que se encuentran en algún sitio desconocido donde viven todas las posibles ocurrencias que uno pueda tener. Un sitio donde las ideas vuelan como si fueran libélulas. Tal vez las ideas no sean más que eso, libélulas volando que a veces se cuelan sin saber cómo en la mente de alguien.

libélula y flor

Ya decía Shakespeare que la vida es un teatro, y los hombres pequeños actores que vienen y van, representando incontables papeles a lo largo de su existencia. Y sea cual sea la razón, estamos a condenados a ser eso, máscaras moviéndose en un carnaval eterno. Cada vez que abrimos la boca, cada vez que hacemos un gesto o le damos un determinado tono a nuestra voz, es sólo una actuación realizada para representar algo. Algo que puede estar más cerca o más lejos de nuestro verdadero núcleo y personalidad, pero nunca llega serlo exactamente. Esa verdadera realidad de nosotros y nuestros sentimientos no se puede mostrar a nadie, en algunas ocasiones ni tan siquiera a nosotros mismos -ya sea porque no queramos o no podamos verlo-. Este núcleo de nuestra personalidad resulta tan íntimo que nos pasamos la vida aprendiendo formas de defenderlo y ocultarlo de una forma más eficiente. Porque si fuéramos los únicos que anduvieran por la vida con ese núcleo a la vista, seríamos muy vulnerables, y por desgracia la sociedad sigue guiándose por las leyes de las apariencias y la vida "de cara a la galería".

Un teatro
Pero imaginaos que en lugar de ser maestros del engaño, fuéramos todo lo contrario, maestros de la sinceridad real. Que hace cinco mil años, hubiéramos dado un salto evolutivo y, por ejemplo, nuestra piel adquiriera el color de lo que realmente sentimos y pensamos en ese momento. Al enfadarnos, nos pondríamos rojos. Al relajarnos, azules. Al estar con alguien a quien queremos, rosas. Y cuando quisiéramos sexo con alguien, de color morado. A nosotros, si nos pusieran ahora en un mundo así, nos resultaría raro. Posiblemente nos haría sentirnos incómodos en mayor o menor grado. Pero a las personas que hubieran crecido en este ambiente les resultaría lo más normal del mundo. No habría más promesas electorales, porque cada vez que el político de turno se pusiera a mentir, adquiriría un tono amarillo y todos sabrían lo poco sincero que es. Y el amor también cambiaría mucho. Al cruzarte a alguien con quien quieres algo más que una amistad, un bonito tono rosa se lo diría sin tener que cruzar una palabra. Y al pasarle esto mismo a todas las personas, dejaría de ser motivo de sorpresa, sería simplemente como hacerle un cumplido cualquiera a alguien.


Máscaras de colores
Pero las utopías no son más que eso, y nuestra forma de ser no va a cambiar en un futuro próximo -o sí, ojalá me equivoque-. Así que procurad poneros la máscara adecuada en cada ocasión, y tener un variado abanico de ellas, para que la vida no os sorprenda. O si sois del tipo que se considera rebelde, haced lo contrario y poneros la menos adecuada, y haced que todas las otras máscaras que actúan en el teatro que es el mundo se escandalicen al veros. Un saludo.

                                                                                                Carlos

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