4 de abril de 2011

LIBRO: Tokio Blues

Me encontraba buscando información de uno de mis autores predilectos, Haruki Murakami, cuando hallé algo desconocido para mí: el próximo 29 de abril se estrena en España la película Tokio Blues, uno de los libros de Murakami. En concreto es el que más me gusta y el único que he releído. Al enterarme, no supe si debía alegrarme o no. Sin querer ser agorero, puedo imaginarme la escena: yo saliendo del cine y recordando a los familiares del director de turno. Ya veremos cómo sale la cosa, si es una buena adaptación estoy seguro de que será un taquillazo mundial.
Y una vez os he informado de la contrapartida cinematográfica de esta obra, vamos a lo que vamos, el libro. Tokio Blues trata sobre Watanabe, un estudiante universitario cuyo mejor amigo acaba de suicidarse. Por si eso fuera poco, esta muerte prematura hace que aumente su relación con Naoko, que era la novia del difunto. La historia continúa enredándose pero eso ya lo descubrís vosotros mismos.
Puede parecer que la historia no es gran cosa, y en realidad no tiene nada de especial. Forma parte de la magia de este autor, que consigue atraparte incluso cuando escribe de ir a hacer la compra al supermercado. Es capaz de escribir párrafos enteros describiendo un sentimiento y mantenerte completamente enganchado. Lo mejor es que cuando digo enganchado, no lo digo como en El código Da Vinci. En este caso hablamos de literatura high quality. Francamente, admiro los textos de este hombre. Una de las características de su estilo es la forma de construir las frases. Son siempre muy cortas, de forma que resulta fácil seguir la lectura. Quizá por eso Tokio Blues ha vendido más de 8 millones de ejemplares –sólo en Japón-.
 Como dato adicional, diré que en los libros de Murakami siempre hay 2 elementos que se repiten: los gatos y la música de jazz, en la que es experto –yo por desgracia nunca conozco las referencias-. Acabo con dos fragmentos del libro y os alento a que comentéis lo que sea, incluso lo horrible que es nuestro blog.

“Me pareció una mujer extraña. Tenía el rostro surcado de arrugas. Sin embargo, las arrugas lejos de envejecerla le conferían una juventud que transcendía la edad. Formaban parte de su rostro, como si ya hubiese nacido con ellas. Cuando sonreía, las arrugas sonreían; cuando ponía cara seria, las arrugas también ponían cara seria. Y cuando no sonreía ni estaba seria, las arrugas se esparcían por todo el rostro, irónicas y cálidas. Debía rondar la cuarentena; era una mujer agradable y atractiva. Sentí hacia ella una simpatía instantánea.”

“Soy mucho más paciente con los demás que conmigo misma y sé sacar el lado bueno de las personas. Soy como el rascador de cerillas. Pero está bien así. ¡Qué más da! No me parece malo ser de esta manera. Prefiero ser una caja de cerillas de primera categoría que una cerilla de segunda”
                                                                                                          
                                                                                                    Carlos

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